De camino paramos a tomar algo en Proserpine, un pueblo a unos treinta kilómetros de Airlie Beach. Después de veinte minutos dando vueltas, saqué mi cuaderno de notas y escribí lo siguiente: “Alto en Proserpine. Nunca he ido a E.E.U.U. pero tengo la impresión de estar allí. Country y rollo vacas, dibujos de cuernos y vaqueros australianos por todas partes. Ninguna pátina. Chapa, eucalipto y coches. Todo muy arreglado, pero nada más. Qué infelicidad. Ser europeo aquí es morir”.
Me explico. La naturaleza, la fauna y los paisajes de este estado son únicos y maravillosos, eso no tiene discusión. Pero las poblaciones, creo, son todas iguales: Mackay en pequeñito, con una calle principal y un polígono industrial a derecha e izquierda intercalado con casas, jardines, mercados y campos de deportes... Si uno preguntara por el casco histórico lo mandarían a un edificio de los años cincuenta con treinta capas de pintura... No os confundáis: sé dónde estoy, a lo que venía y sin duda era esto lo que quería experimentar. Mi reflexión no quiere ir por ahí... Simplemente intento describir la sensación de angustia que me da pensar en si algún día, por razones insondables, tuviera que venir a vivir a un sitio parecido... para mí eso sería morir, como dejé espontáneamente anotado. Quizá por algo similar los colonos ingleses, una vez fundadas las principales ciudades, intentaron hacerse una Europa en miniatura en pleno Cono Sur, con sus catedrales, claustros y edificios a la manera de la Inglaterra antigua. Supongo que las siguientes generaciones, que ya nacieron en Australia y no han conocido nada de eso, pueden ser perfectamente felices aquí con su casa de dos pisos y su jardín con barbacoa, sin más que ver que el ir y venir de las camionetas. Queramos o no queramos es su mundo... y los bosques lluviosos son su Alhambra, la Gran Barrera su Coliseo y el Uluru su Altamira... Pero el que se ha criado oliendo la humedad de la piedra, oyendo el crujir centenario de las vigas de las casas antiguas o jugando a la sombra de una edificio gótico... tarde o temprano necesita estar inmerso en algo similar para encontrarse consigo mismo y entenderse cada día. Y si no puede tenerlo porque está a veinte mil kilómetros... la opción que le queda es recrearlo. No sé. Debo pensarlo más, ya os contaré...
En mi caso concreto, tengo muy claro que esta es una de las razones principales por las que no podría vivir fuera de España... o Europa, como mucho. Cuando has pasado la mitad de tus días viendo el mar desde una de las Columnas de Hércules... y la otra mitad entre el Madrid de los Austrias y el Jaén de Al-Ándalus y Vandelvira, incluyendo un otoño en Venecia silbando Vivaldi de camino a San Marco... ya no puedes vivir sin “eso”. Un “eso” difícil de verbalizar en unas líneas, pero que seguro entendéis bastante bien. Ya no puedo mirar el mundo de otra manera. Lo siento Australia: eres fantástica, pero, por si en alguna ocasión te he dado esperanzas, sólo me verás de visita...
Sigamos.
Airlie Beach, población ubicada entre montañas con unos bosques de eucaliptos impresionantes que llegan hasta el mismo mar, consiste, más o menos, en una calle principal larga (¿os suena?) con las dos aceras plagadas de tiendas donde comprar atuendos de surf, buceo y veraneo tropical rumba-samba-mambo. También tiene muchos sitios de cerveceo y comida realmente magníficos, con música en directo y camareras tetonas... Esta visión mi retrotrajo de nuevo a mi reflexión anterior y rápidamente concluí: “quizá pueda pasar unos meses más sin cascos históricos de esos”.
Nuestro hotel consistía en un bungalow para seis en un camping de las afueras, no tan cuco como el de Eungella, pero bastante curioso. A simple vista nadie podía sospechar que, unas horas más tarde, aquella estancia se convertiría en una trampa psicológica mortal para mí [¡chan-chan!, semitono a toda orquesta seguido de nota grave mantenida por los contrabajos].
Aunque era ya tarde, nos pareció buena idea cambiarnos y ponernos el bañador para echar un rato en la piscina... y bueno... ahora viene lo que todos estabais esperando: la historia picante del viaje [papá, mamá, dejad de leer]... [voz susurrante] Me quité la camiseta, lentamente, tenía mucho calor... Me moría de ganas de juguetear con las niñas en la piscinita... Empecé a untarme suavemente el líquido antimosquitos... arriba y abajo, sí... así es como me gusta, así... hhmmm... De pronto noté entre mis manos una pequeña protuberancia... que parecía tener vida propia y se hacía cada vez más grande... sí... Seguí indagando en ello, un poco más... un poco más... ya casi lo tengo... sí!, sí!!... [voz normal, la que tengo siempre, vamos, la de imbécil] “Eh... ¿qué puñetas es esto?”...¿qué tengo en la espalda?”... ¡Mamá... una garrapata!... ¡me había picado una garrapata en la excursión de la mañana!... Tuvimos unos segundos de alarma general, pero el bicho realmente salió en seguida y sin quejarse. Hicimos un control de daños y estábamos todos limpios y sanos, así que... aquí acaba la única historia “picante” (¿lo cogéis?, je-je, ¡si es que soy buenísimo!) que he tenido en Australia por ahora. [Mamá, papá, ya podéis seguir leyendo].
[En el hipotético caso de que mis padres se hayan saltado la recomendación, la dirección de culo-en-burra.blogspot.com quiere hacer la siguiente declaración oficial: “Mamá, no te asustes, sólo fue una anécdota. Ya sé que estoy muy lejos y me la podría haber callado hasta llegar a casa. Pero entiende que soy un hombre y necesito contar que me picó una garrapata en un bosque lluvioso de Australia. Es cosa de machos. Papá lo entenderá”.]
Después de bañarnos en la sanísima disolución de cloro, mosquitos y agua (en ese orden) de la piscina, nos fuimos a tomar algo por Airlie Beach. Durante la cena las niñas estuvieron contando historias picantes (de las de verdad). Después pasamos un buen rato bebiendo cervezas en un local muy chulo de la calle larga, donde tocaba un grupo en directo integrado por tres chavalitos de rollo playa-qué-pasa-mi-niño... de estos que parecen no haber superado la separación de Nirvana...
Sobre las doce cogimos el coche para volver al camping. Todo era silencio absoluto. Las casas y tiendas estaban alumbradas solamente por la luz tenue de los faroles. Nuestro bungalow estaba oscuro. G. y yo nos adelantamos, iluminados por la luz del coche, para abrir la puerta, una mampara corrediza con una gran tela metálica. Nos disponíamos a deslizar la hoja cuando, de pronto, me fijé en algo que había justo en frente de mí, tapado por la sombra de mi cuerpo, que hacía contraluz con los faros del coche. Cuando logré vislumbrar la imagen completa del ser que tenía a menos de un metro de mí, no pude más que exclamar: “¡H-O-S-T-I-P-E-D-R-Í-N!”... Sí, amigos, allí estaba. Era inevitable. Tarde o temprano tenía que aparecer.
Era... la MEGAPICA.
Y no parecía tener la intención de irse de ahí. A ver quién era el valiente que entraba ahora. Como parecía no importarle nuestra presencia, abrimos un pequeño hueco en la puerta y pasamos todos. Mi. y yo logramos hacer que se fuera hacia el tejado. Pero una vez dentro, cuando empezábamos a calmarnos, corrimos la cortina... y ahí estaba de nuevo, entre la malla y el cristal. La señora araña (a estas hay que hablarles de vuecencia y mirando al suelo) utilizaba la tela metálica antimosquitos como red. De hecho, cuando se coló el primer desdichado bicho, la vimos en acción... National Geographic pa’ tu piel. Como estaba tras el cristal, pudimos hacernos fotos con el “Mihura” y logré este documento en exclusiva para vosotros.
Debo reconocer que a mí me dio un poco (por ser comedido) de paranoia. “¿Eso pica?, o mejor, ¿eso mata?, ¿puede entrar?, ¿por qué no se va?, ¿esperará a que salgamos?, ¿hablará algún idioma?”... No dormí muy bien sabiendo que “eso” (y este sí que lo puede describir bien) estaba ahí, para qué os voy a engañar... Además, había visto un par de ellas más en la puerta del bungalow de al lado así que me sentía realmente rodeado... Supongo que la noche es traicionera para estas cosas, porque con la luz del día siguiente me veía con lucidez de sobra para manejar la misma situación que unas horas antes había sido incapaz de controlar... En fin, después he estado buscando y parece que era una “huntman spider”, que no es mortal pero si te pica te arregla... Si entre los lectores hay algún entendido en arañas, por ejemplo mi hermano Cu., que comparta sus impresiones con nosotros...
Por la mañana, hicimos algunas compras. Yo, teniendo en cuenta el principio “sol terrible + calva terrible = quemadura terrible” me compré una gorra; también me llevé una toalla con la bandera de Australia, para ayudar a levantar mi nueva patria temporal y, sobre todo, porque era la menos hortera de las que encontré...
A la hora y el sitio convenidos nos recogieron, en un catamarán precioso, unos chicos jóvenes muy simpáticos con un polo verde y blanco: los colores de la agencia que gestiona las conexiones entre tierra y los centros de alojamiento y buceo en las Whitsundays y la Great Barrier Reef.
Nuestro nidito de amor para sextetos-bi (la España de ahora es así, respetadnos) estaba en una de las islas más cercanas a tierra: la “South Molle Island”.
En un malecón de madera, metido unos cien metros en la playa, nos recibió una chica muy agradable que nos llevó directamente hasta una mesa ubicada al lado de la piscina y de la discoteca: un gran salón con una ambientación mitad taberna pirata del XVIII mitad sala de fiestas rollo “mami que será lo que tiene el negro”. Allí nos sirvió un cóctel de bienvenida hecho de naranja, piña, coco, granadina y limonada: la combinación más pasional, más refrescante... y más barata, claro, porque era la que te regalaban, las demás ya había que pagarlas... Pero a mí me encantó, oye... me pasé los tres días bebiendo lo mismo. Si es que uno es muy sencillo...
Reconozco que la entrada en el hotel se me hizo un poco rara ya que era la primera vez que iba a un sitio tan organizado... y nunca me han atraído los hoteles tropicales con pulserita y “turisteo convencional”. Aunque este lugar al final me pareció diferente, no sé si porque había poca gente o porque era un recinto bastante abarcable... y el mismo que te servía los cócteles de noche era el que te llevaba las maletas por la mañana... La cuestión es que, en pocas horas, terminé estando muy a gusto en el papel de turista tropical. Incluso me metí varias veces en la piscina de agua caliente y burbujas, decorada con rocas de cartón piedra, sin sentirme estúpido. Supongo que el material con el que están hechos los prejuicios sobre la forma en que los demás pasan sus vacaciones se disuelve fácilmente en estas máquinas tan cursis como recomendables.
La isla es, usando un término tan estándar como mi propia estancia allí, realmente un paraíso. Está dividida por un pequeño istmo, con dos playitas a los lados, que sólo se puede cruzar con la marea baja. El hotel, única construcción de la isla, está en la parte sur, la más grande, y está muy bien integrado con el medio.
Después de comer nos fuimos a buscar la playa, que resultó ser un poco incómoda ya que no era de arena blanca tropical... ¡sino de puro coral a medio pulir!. Realmente un verdadero espectáculo natural: millones de puntas de coral de todos los tipos y tamaños arrancadas de los arrecifes... Como veis en la foto, antes que nosotros estuvo alguien allí que se terminó aburriendo de tanto coral dispuesto en forma aleatoria y pensó que podía ayudar a la Creación en su camino irrevocable hacia el Cosmos total... Ánimo amigo, realmente tengo curiosidad por ver tu armario...
Como a la media de hora de estar bajo el sol me empezaron a dar ganas de continuar la tarea de mi primo el del coral –los que me conocéis sabéis que el astro no es mi gran pasión–, decidí dejar a las niñas bronceándose e irme a explorar la isla.
Debo admitir que todavía estaba afectado por el arácnido susto de la noche anterior y que fue bastante difícil para mí adentrarme solo en el bosque lluvioso. Pero algo en mi interior me decía que tenía que hacerlo y enfrentarme a ese miedo irracional a las pica-pica que arrastro desde que llegué a Australia y que a veces me impide disfrutar ciertas cosas.
Después de tres horas solo entre lianas, palmeras, telarañas, sonidos y movimientos extraños alrededor, pájaros inmensos que se cruzaban en el camino y demás cosas de esas que os parecen tan divertidas en casa, pero que aquí me gustaría veros, os digo: no hay necesidad ninguna de hacerlo. Dejad a un lado la inquietud, quedaos en la piscina, tomaos un cóctel y, si os preocupa mucho, ya iréis al psicólogo a la vuelta, que los hay muy buenos y muy baratos. Esta fue la filosofía que me apliqué lo que quedaba del día y... mira, ahora estoy mucho mejor...
A las ocho y media de la mañana del día siguiente nos vinieron a recoger más chicos guapos, con su polo blanco y verde, y nos llevaron a otra isla no lejos de South Molle. Después de esperar unos diez minutos hizo aparición el super-catamarán de tres pisos que lleva a los turistas de los diferentes hoteles de la zona a la parte de la Great Barrier Reef más cercana a las Whitsundays. Esta nave es como un gran campamento de verano lleno de monitores de buceo muertos de risa, que hacen chistes constantemente y que te organizan en un momento inmersiones de 45 minutos a 90$, precio que me parece de risa teniendo en cuenta cómo nos trataron de bien y la profesionalidad de los chavales. Realmente esta gente es capaz de transmitirte, con total sinceridad, que lo que vas a contemplar minutos después es una gran maravilla de la naturaleza y te hacen sentir alguien muy especial por tener la oportunidad de estar allí con ellos. Siendo una actividad turística realmente masiva, como puede ser la Costa del Sol, lo organizan todo de una manera tan natural que parece que el chiringuito está montado exclusivamente para ti. En ningún momento me sentí un “guiri” extraño del que se quieren aprovechar o al que tratan como a un tonto que no sabe de nada, todo lo contrario: te preguntan, se interesan, disfrutan contigo, se autoevalúan... En España tenemos muchos que aprender todavía en estas cuestiones o tarde o temprano, como ya está pasando, se acabará el filón turístico, porque la gente detecta enseguida lo mediocre... y nos estará bien empleado, por catetos.
Casi dos horas más tarde llegamos a una plataforma anclada a la Gran Barrera, a una pequeña parte quiero decir, ya que mide casi dos mil kilómetros... Aquella estructura flotante me pareció un gran templo, casi mitológico, de adoración al buceo: cubetas con docenas de caretas, tubos, aletas y trajes... perfectamente organizado por unas cuarenta personas de tripulación, todo a tu entera disposición. Había gente encargada de echar jabón a las máscaras, otros doblaban los trajes, unos cuantos vigilaban el sitio donde se buceaba, otros dirigían las inmersiones... era como una gran máquina perfectamente engrasada que no paró ni un segundo durante las cinco o seis horas que estuvimos en ella.
Yo que, modestamente, tengo ya mis inmersiones, no podía dejar de estar nervioso. La Gran Barrera es uno de los grandes paraísos subacuáticos del mundo y era un momento muy importante para mí. Cuando el jefe de mi grupo se enteró de que yo ya tenía experiencia me dijo que me pusiera a su lado, que tenía que enseñarme cosas que me iban a gustar y... la verdad es que me dejó fascinado. Nada más meter la cabeza ahí debajo sabes que es algo diferente a todo lo que has visto antes. Corales de todo tipo, peces payaso negros y naranjas, turbinarias, anémonas, no sé...es muy difícil describirlo todo... creo que, también en esta ocasión, para mí me lo tengo que quedar. Sólo decir que constantemente tenía en la cabeza a mi padre, a mi tío T., a tito M., a mi primo O., a Cu., a Ro., a P. T. y a tantos compañeros de buceo que alguna vez han soñado con ir a la Barrera... Supongo que os merecíais más que yo haber bajado a este paraíso inmenso, pero me ha tocado a mí... Espero haber sabido disfrutarlo al máximo por vosotros. Y sabed que, de un modo u otro, habéis estado allí conmigo...
El resto del viaje fue... pues como normalmente suelen ser las vueltas a casa: en dirección contraria, más rápido, pocas anécdotas, mucho sueño y pensando en todo lo vivido, que ya empieza a ser mucho...
Poco más que contar... que como siga así, cuando llegue a España, mi estancia en Australia va a estar tan manida que sólo nos va a quedar hablar de política, y ya sabéis que, a diferencia de los países sanos y modernos, esas cosas son de muy mal gusto en el nuestro...
Desde el único lugar del mundo donde “Spiderman” tendría más complejos que Pepiño Blanco saliendo con la hija de Wiston Churchill, os ama y besa, J.